28th Oct 2024
Había una vez un pequeño erizo llamado Enrique. Enrique vivía en un bosque lleno de árboles altos y flores brillantes. Aunque tenía espinas, quería un abrigo suave y cálido para el invierno.
Un día, Enrique decidió que buscaría el abrigo perfecto. Caminó por el bosque y preguntó a otros animales qué abrigo usar. El conejo le dijo que un abrigo de lana sería ideal.
Enrique encontró un ovillo de lana y trató de envolverse en él. Pero las lanas se enredaron y Enrique se sintió atrapado. Se rió de sí mismo y decidió continuar buscando.
Siguió caminando y vio a un pájaro que llevaba un abrigo de plumas. El pájaro le dijo que las plumas lo mantenían caliente. Enrique juntó algunas plumas, pero no se podía cubrir bien con ellas.
Frustrado, Enrique se sentó bajo un árbol a descansar. Justo entonces, una tortuga se acercó y le preguntó qué le pasaba. Enrique le explicó su aventura de encontrar un abrigo.
La tortuga le sonrió y le dijo: "Enrique, no necesitas un abrigo especial. Tus espinas son tu abrigo. Cada una de ellas es única y te hace especial."
Enrique pensó en lo que la tortuga había dicho. Se dio cuenta de que sus espinas eran fuertes y únicas, y lo hacían a él, Enrique, un erizo especial. ¡Ya no quería un abrigo!
Con una sonrisa en su cara, Enrique agradeció a la tortuga. Se sintió feliz y orgulloso de sus espinas. Comenzó a bailar por el bosque, alegre con quien era.
En su camino, los otros animales lo vieron bailar y se unieron a él. Juntos celebraron la belleza de ser únicos. Enrique ya no buscaba un abrigo, porque ya tenía el mejor.
Desde entonces, Enrique enseñó a todos que lo más especial está dentro de cada uno. Los animales del bosque aprendieron a amarse tal como eran. Y vivieron felices, como debe ser.