28th Oct 2024
Había una vez un muñeco de nieve. Su nombre era Nieve. Nieve vivía en un frío invierno, lleno de copos de nieve. Se sentía solo y quería un amigo. Un día, vio a un niño llamado Tomás. Tomás jugaba y reía.
Nieve quería jugar con Tomás. Pero Nieve era de nieve, y Tomás era del verano. En el verano, Nieve se derretiría. Pero Nieve no se rindió. Nieve se acercó a Tomás. Tomás miró con curiosidad.
"Hola, soy Nieve", dijo el muñeco de nieve. "¿Quieres ser mi amigo?" Tomás sonrió. "Sí, ¡me encantaría!" Nieve se sintió feliz. Tenía un amigo por fin.
Juntos, Nieve y Tomás jugaron en el parque. Tomás corrió, y Nieve rodó. Hicieron figuras de arena y jugaron a la pelota. Era un día divertido, pero el sol brillaba muy fuerte.
Nieve se sintió un poco triste. "Tomás, voy a derretirme", dijo. Tomás lo miró con preocupación. "No te preocupes, Nieve. Siempre serás mi amigo", dijo Tomás.
Nieve sonrió. Aprendió que la amistad no se derrite con el sol. Decidieron hacer un jardín de flores. Tomás plantó flores de muchos colores y Nieve las cuidó con cuidado.
El jardín creció grande y hermoso. Pasaron el día jugando y cuidando las flores juntas. Nieve se dio cuenta de que aún podía divertirse incluso cuando estaba caliente.
Todo en el verano era diferente. Pero eso era bonito. Cada día, Nieve y Tomás descubrieron nuevas aventuras juntos, incluso en el calor del verano.
A veces, Nieve se sentía débil, pero Tomás siempre estaba allí. "Tú eres especial, Nieve," decía Tomás. Y eso hacía que Nieve se sintiera más fuerte.
El verano pasó, y Nieve se despidió de Tomás. "No te olvidaré", dijo. "Siempre serás mi amigo. ¡Hasta que vuelva el invierno!" Y así, el muñeco de nieve aprendió que la amistad es eterna.