7th Oct 2024
Durante unas vacaciones con su familia, Andrés iba a un mercado lleno de antigüedades. Las luces brillaban y todo era colorido. Miró con curiosidad cada objeto, buscando algo especial. En un rincón, encontró un amuleto antiguo con extraños símbolos grabados. Andrés sintió que era mágico y decidió comprarlo.
De repente, el mundo a su alrededor empezó a brillar. Andrés se sintió ligero como una pluma en el aire. Al abrir los ojos, se encontró en una hermosa ciudad sumergida llamada Atlantis. Las casas estaban hechas de coral y las luces del sol brillaban a través del agua. Era como un sueño hecho realidad.
Las criaturas del mar nadaban alrededor de él, y los habitantes de Atlantis lo miraban con asombro. “¡Él es el elegido! ¡El portador del amuleto!” gritaron emocionados. Andrés se sintió especial, como si tuviera una misión importante. Sonrió y pensó, “¿Qué puedo hacer aquí? ¿Cómo puedo ayudar?”
Los habitantes le contaron que una gran tormenta se acercaba, y el mar estaba furioso. Las olas amenazaban con llevarse la ciudad. Andrés pensó, “Debo hacer algo, no puedo dejar que esto suceda.” Decidió ayudarles a encontrar la paz entre el mar y la ciudad.
Andrés exploró la ciudad, buscando pistas para calmar al mar. Conoció a un viejo sabio que le dijo: “La música del océano es la clave. Crea un canto que resuene en las profundidades.” Con eso en mente, Andrés comenzó a aprender canciones del océano, las melodías suaves y rítmicas.
Ya listo, Andrés reunió a los habitantes y comenzó a cantar su melodía. El canto llenó el agua, haciendo que las criaturas marinas se unieran en armonía. Las olas, en lugar de ser violentas, comenzaron a moverse suavemente al ritmo de la canción. Todos estaban emocionados y juntos cantaron con él.
El mar sintió la calma. Las nubes comenzaron a despejarse y la tormenta desapareció. La ciudad fue salvada y los habitantes aplaudieron a Andrés. “¡Eres un héroe!”, dijeron, mirándolo con gratitud y alegría. Andrés sonrió, sintiéndose parte de algo más grande.
Cuando la celebración terminó, Andrés supo que era hora de regresar a casa. Con un último vistazo a Atlantis y sus nuevos amigos, levantó el amuleto. Se llenó de luz y, de repente, estaba de vuelta en la tienda de antigüedades, con su familia a su lado.
Andrés miró el amuleto, y entendió que nunca olvidaría su viaje. Había aprendido el poder de la música y la unidad. Con una sonrisa, se fue de la tienda, sabiendo que siempre llevaría un pedacito de Atlantis en su corazón.
Así, volvió a su hogar, con historias para contar. Ya no era solo un niño, era un verdadero aventurero, con sueños que nunca se irían, y un amuleto que siempre resplandecería.