16th Jan 2025
En la Real Audiencia de Quito, los españoles mandaban sin escuchar al pueblo. Una niña llamada Isabela, con sus ojos brillantes y su cabello rizado, miraba a su madre. "¿Por qué nunca nos preguntan, mamá?" preguntó con curiosidad. Su madre, con un vestido sencillo y manos cansadas de trabajar, le respondió: "Querida, debemos alzar nuestra voz. Es tiempo de luchar por nuestra libertad y ser escuchados".
Isabela se unió a otros niños en la plaza del pueblo. Juntos gritaron: "¡Libertad!" Hombres y mujeres se unieron. Un valiente líder llamado Simón se levantó y dijo: "No más reglas injustas! Juntos, formaremos nuestro propio camino". La plaza se llenó de esperanza y sueños. Todos querían ser escuchados y decidir su destino.
Mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, Isabela y sus amigos decidieron organizar una reunión secreta en el viejo granero al borde del pueblo. Allí, bajo el techo de paja, planearon pintar carteles con mensajes de libertad y justicia. Cada niño, con un pincel en la mano, sintió que estaba haciendo historia. "Nunca nos rendiremos", prometió Isabela, con una determinación que iluminó el lugar más que cualquier vela.
Al día siguiente, las calles se llenaron de color con los carteles colgados en cada rincón. La gente del pueblo, al ver los mensajes, sintió una nueva fuerza en sus corazones. La voz de Simón resonó una vez más en la plaza, llamando a todos a unirse en una marcha pacífica. Isabela, tomada de la mano de su madre, sintió que el amor por su tierra se mezclaba con la valentía de su pueblo.
Finalmente, el gobernador español, al ver la unidad y determinación del pueblo, decidió escuchar sus demandas. Prometió trabajar junto al pueblo para crear un futuro más justo y libre. Isabela sonrió a su madre, sabiendo que sus voces habían sido escuchadas. La lucha por la libertad había dado su primer gran paso, y la esperanza brillaba en cada rincón de la Real Audiencia de Quito.