Había una vez un pequeño dragón llamado Draki. Draki era un dragón tierno, con escamas verdes y grandes ojos azules que brillaban como el cielo. Él soñaba con tener un amigo humano que lo acompañara en sus aventuras. Un día, mientras volaba sobre un bosque, vio a un niño llamado Lucas, que estaba sentado bajo un árbol. Draki decidió que debía hacer algo especial para atraer su atención.

Lucas y Draki pasaban los días juntos explorando el bosque. Un día, encontraron un río mágico que brillaba bajo el sol. Draki se zambulló en el agua y salió salpicando. Lucas se unió a él, riendo y disfrutando del momento. Juntos, recolectaron piedras brillantes del fondo del río y hicieron una hermosa colección. Lucas le mostró a Draki cómo hacer una pequeña broma, y ambos se divirtieron mucho.

Al anochecer, cuando el sol se ocultaba, Draki y Lucas se sentaron juntos y miraron las estrellas. "Siempre seremos amigos, ¿verdad?" preguntó Lucas. "¡Sí!" respondió Draki. Y desde ese día, el pequeño dragón y su amigo humano compartieron más aventuras mágicas, llenas de risas y alegría.