22nd Oct 2024
En un pequeño pueblo, vivía una niña llamada Ana. Ella tenía sueños grandes y un corazón valiente. A menudo, los adultos le decían que no podría ser artista, que debería ser doctora o ingeniera. Ana escuchaba las palabras, pero en su corazón, sabía que quería dibujar y pintar, colores que bailaban en su imaginación. Un día, decidió que iba a seguir su sueño.
Ana tomó sus lápices y papel. Se sentó en un hermoso prado lleno de flores brillantes. Miró a su alrededor y empezó a dibujar todo lo que veía. Un hermoso árbol, mariposas que volaban y el cielo azul. Cada trazo era un paso hacia su sueños, y su corazón se llenaba de alegría con cada color que utilizaba. No se dejó llevar por las voces negativas, solo escuchó su propia voz.
Un mes después, había hecho una gran colección de pinturas. Ana decidió hacer una exhibición en la plaza del pueblo. Colgó sus obras en un gran árbol. Ese día, muchos niños y adultos vinieron a ver sus obras, y todos estaban maravillados por su talento. La gente sonreía, aplaudía y le decía que era una artista increíble.
Entonces, alguien se acercó y le dijo: “Wow, Ana, ¡deberías ser doctora!” Ana sonrió y respondió: “Gracias, pero ser artista es mi sueño. Todos tenemos un camino diferente y yo elijo seguir el mío.” Las risas y los aplausos llenaron el aire, y Ana supo que estaba en el camino correcto.
Desde aquel día, Ana nunca dejó que nadie le dijera qué podía o no podía ser. Siguiendo su pasión, inspiró a otros a hacer lo mismo. Era feliz siendo ella misma, y su arte llenó las calles del pueblo de vida y color. Y así, Ana vivió persiguiendo sus sueños, enseñando a otros a nunca dejarse llevar por lo que les dicen.