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Cuentos Para Dormir
¡Acompaña a Rita, la rana soñadora, en su encantadora aventura en busca de ser una princesa! Descubre el valor de ser uno mismo en esta divertida historia.
Había una vez, en un pequeño lago, una rana soñadora llamada Rita. Un día, mientras saltaba entre las hojas, encontró un sombrero brillante en el agua. Era un sombrero de princesa, con plumas y joyas que brillaban como estrellas. Rita se lo puso y, de inmediato, se sintió como una verdadera reina.
Rita saltó por el bosque, mostrando su nuevo sombrero a todos sus amigos. Los pájaros cantaron y las mariposas danzaron a su alrededor. Con el sombrero, Rita se sentía hermosa y especial. Pero, a medida que pasaba el tiempo, comenzó a notar algo extraño.
El sombrero hacía que los otros animales la miraran de manera diferente. Algunos adoraban a la
Rita, la rana princesa
y otros se alejaban, pensando que ya no era como ellos. Esto hizo que Rita se sintiera un poquito triste. No quería ser admirada solo por un sombrero, quería que la quisieran por ser ella misma.
Un día, decidió hacer una fiesta en el estanque. Invitó a todos sus amigos, desde el pez dorado hasta la tortuga sabia. Todos llegaron, incluso con sus propios sombreros divertidos y coloridos. La fiesta fue divertida, llena de risas y juegos.
Rita, con su sombrero de princesa, se dio cuenta de que sus amigos la amaban tal como era. Ella no necesitaba una corona para ser especial. Así que, con una sonrisa, decidió quitarse el sombrero y compartirlo con sus amigos.
Al quitarse el sombrero, se sintió libre. Los animales aplaudieron y comenzaron a aplaudir. Todos eran diferentes y únicos, pero eso era lo que hacía la fiesta aún más mágica. Todos estaban felices, y Rita aprendió algo importante ese día.
Desde entonces, Rita se convirtió en una rana amable y feliz. No necesitaba un sombrero para ser una princesa; solo necesitaba ser ella misma. Comprendió que la verdadera belleza estaba en ser auténtica y en disfrutar de la compañía de sus amigos.
Y así, en el pequeño lago, Rita siguió saltando y sonriendo, recordando que ser uno mismo es el mayor tesoro de todos. Ya no necesitaba un sombrero brillante porque su corazón era el más hermoso de todos.
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