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Cuentos Para Dormir
Acompaña a Tomás en su aventura con un pez dorado perdido, donde descubrirá que la verdadera felicidad surge de la amistad, no de deseos mágicos. #CuentoInfantil #Aventura #FelicesMomentos
Un día soleado, un niño llamado Tomás iba caminando por la playa. La arena era suave y dorada como el sol. Tomás disfrutaba buscando caracoles y jugando con las olas del mar. De repente, escuchó un pequeño susurro que venía de la orilla. Era un pez dorado que parecía estar muy triste.
"¡Ayuda!" dijo el pez, moviendo sus aletas con desespero. "He perdido mi camino y no puedo volver a casa. Quiero pedir un deseo mágico, pero no sé cómo hacerlo." Tomás miró al pez con compasión y decidió ayudarlo. "No te preocupes, amigo. Juntos encontraremos tu hogar," respondió con una gran sonrisa.
Tomás y el pez comenzaron su aventura. Primero, nadaron en las aguas claras y frescas. El pez dorado le mostró los hermosos corales y las curiosas estrellas de mar. "¡Qué bonito es aquí!" exclamó Tomás. El pez le contestó, "Aquí hay mucha belleza, pero aún estoy perdido."
Continuaron su camino y encontraron un grupo de cangrejos. "¿Han visto mi hogar?" preguntó el pez dorado. Los cangrejos respondieron, "Sigue la corriente hacia el arcoíris en el agua. Allí encontrarás el camino a casa." Tomás y el pez nadaron juntos hacia el arcoíris.
Mientras nadaban, Tomás pensó en un deseo. "Quizás podrías pedir un deseo para encontrar tu hogar, pez dorado," sugirió. Pero el pez dorado movió su cabeza. "No siempre se necesita un deseo mágico para ser feliz. La amistad y la aventura son el verdadero tesoro." Tomás sonrió, sintiéndose feliz por el pez.
Llegaron al arcoíris, donde la luz del sol brillaba de una manera mágica. El pez dorado se iluminó con colores brillantes. "¡Mira, ahí está mi hogar!" gritó emocionado. Tomás se sintió muy contento, pero también triste de que su amigo se fuera.
"Gracias, Tomás," dijo el pez dorado antes de zambullirse en el agua. "Siempre recordaré nuestra aventura. Ven a visitarme cuando quieras." Tomás prometió que lo haría y vio al pez desaparecer en el brillante océano.
Tomás regresó a la orilla, sintiendo su corazón ligero. Miró el mar y sonrió, dándose cuenta de que la felicidad no siempre viene de un deseo mágico. La verdadera alegría estaba en ayudar a un amigo y disfrutar de los momentos compartidos.
Desde ese día, Tomás aprendió a apreciar la belleza de la vida. Ya no esperaba deseos mágicos; se dio cuenta de que cada día tenía algo maravilloso que ofrecer. El pez dorado siempre sería parte de su corazón.
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