11th Jan 2024
Había una vez un ciervo majestuoso que vivía en el hayedo de Auritzberri. Con su cornamenta brillante y su elegante caminar, era el rey indiscutible de aquel bosque. Cada día, se adentraba en lo más profundo del hayedo para disfrutar de la serenidad y la belleza de su hogar.
El ciervo amaba los rayos del sol que se filtraban entre las ramas del hayedo, creando un espectáculo de luces y sombras. Con cada paso, el suelo crujía bajo sus pezuñas, y el aroma a humedad y tierra fresca llenaba sus fosas nasales. Era un paraíso natural en el que el ciervo se sentía completamente en armonía.
En uno de sus paseos por el hayedo, el ciervo llegó a un pequeño arroyo que serpenteaba suavemente entre los árboles. El agua cristalina fluía con suavidad, reflejando el brillo del sol y creando destellos mágicos. El ciervo se acercó y bebió del arroyo, saboreando el frescor y la pureza del líquido.
Una tarde, mientras el ciervo descansaba bajo la sombra de un árbol centenario, escuchó un suave murmullo. Al levantar la cabeza, se encontró con una hermosa cierva que había aparecido entre los árboles. Sus ojos se encontraron y en ese momento supieron que estaban destinados a estar juntos.
Desde aquel día, el ciervo y la cierva exploraron juntos cada rincón del hayedo de Auritzberri. Corrían libres entre los árboles, saltaban sobre los troncos caídos y se perdían en la magia del bosque. Su amor se fortalecía con cada puesta de sol que pintaba el horizonte de tonos dorados y naranjas.
El ciervo y la cierva vivieron felices en el hayedo de Auritzberri, protegidos por la belleza y la tranquilidad del bosque. Y aunque el tiempo pasaba y los inviernos eran fríos, su amor siempre permaneció cálido como el sol que se filtraba entre las ramas del hayedo.