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Cuentos Para Dormir
Aún en un mundo lleno de diferencias, Benito el conejito descubre la belleza de ser único mientras sigue un arcoíris hacia un lugar mágico y diverso.
Había una vez un conejito peculiar llamado Benito. Benito era diferente porque tenía manchas de colores en su pelaje. Un día, vio un arcoíris brillante en el cielo y decidió seguirlo. Tenía mucha curiosidad sobre a dónde lo llevaría.
Benito saltó a través del campo, lleno de flores de todos los colores. Se sentía feliz y emocionado. Las flores bailaban con el viento y el sol brillaba fuerte, iluminando su camino. Benito se dio cuenta de lo hermoso que era el mundo a su alrededor.
Mientras seguía el arcoíris, se encontró con un pajarito azul llamado Pío. Pío tenía un canto melodioso y le dijo a Benito: '¡Hola! ¿A dónde vas con tanta prisa?' Benito le contestó: 'Sigo el arcoíris, quiero saber qué hay al final.'
Juntos, siguieron saltando y volando, disfrutando de cada momento. Al poco tiempo, llegaron a un hermoso lago. El agua reflejaba todos los colores del arcoíris. Benito y Pío se miraron asombrados.
En la orilla del lago, conocieron a una tortuga llamada Tula. Tula era verde y tenía un caparazón lleno de dibujitos. Ella les dijo: 'El final del arcoíris está lleno de sorpresas. ¡Vengan, les enseñaré!'
Siguieron a Tula, que los llevó a un claro mágico donde otros animales de muchos colores jugaban y reían. Benito se dio cuenta de que allí todos eran diferentes: un pato amarillo, un pez naranja, y un erizo púrpura.
Benito se sintió feliz al ver tantas variedades de animales. Tula sonrió y les dijo: 'Cada uno de nosotros es especial a su manera. ¡Eso es lo que hace que el mundo sea hermoso!'.
Benito entendió que ser diferente no era algo malo, sino algo hermoso. Se unió al juego, saltando y corriendo con sus nuevos amigos. Así conoció la belleza de la diversidad.
Cuando llegó la tarde, Benito se despidió de sus amigos, prometiendo volver a visitarlos. Mientras regresaba a casa, se sintió afortunado y lleno de alegría por haber seguido el arcoíris.
Desde ese día, cada vez que Benito veía un arcoíris, sonreía, recordando la mágica lección sobre la diversidad y la belleza de ser diferente.
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