7th Oct 2024
Había una vez, en un pequeño pueblo, una niña llamada Clara. Clara era curiosa y soñadora, siempre mirando hacia el cielo y preguntándose qué habría más allá. Un día, mientras exploraba el bosque cercano, encontró una puerta pequeña y misteriosa detrás de unos arbustos. Curiosa, decidió abrirla y descubrió un hermoso jardín escondido, lleno de flores brillantes y un aire mágico que hacía vibrar su corazón.
El jardín estaba lleno de colores, con flores de todos los tipos, rosas, tulipanes y girasoles que bailaban con el viento. Clara se adentró más y vio a un pequeño hada con alas brillantes. El hada le sonrió y dijo: "Bienvenida, Clara. Este es el Jardín de los Sueños. Aquí, tus deseos pueden hacerse realidad". Clara, emocionada, pensó en su primer deseo.
"Deseo ser la más rápida en el colegio!" exclamó Clara. En un pestañear, un par de zapatillas brillantes apareció en sus pies. Al probarlas, salió disparada, corriendo más rápido que el viento. Pero pronto se dio cuenta de que correr tan rápido también la alejaba de sus amigos. Clara se detuvo y se sintió sola.
Reflexionando sobre lo que había pasado, decidida hizo un segundo deseo, "Deseo que todos sean felices en mi escuela". Enseguida apareció una gran fiesta en el jardín. Sus compañeros estaban felices, pero la fiesta era tan ruidosa que el pueblo se sintió perturbado. Clara se dio cuenta de que no todos los deseos son sencillos de cumplir, pues a veces traen complicaciones.
El hada observaba cuidadosamente a Clara y le dijo: "Cada deseo tiene una doble cara, es importante pensarlo bien. La felicidad no siempre se da por lo que sólo se quiere, a veces hay que ser agradecidos por lo que se tiene". Sorprendida, Clara pensó en su familia y amigos, y cómo la felicidad también se encuentra en cosas pequeñas, como una sonrisa.
En el jardín, Clara plantó una semilla de gratitud, deseando que creciera y floreciera. Al instante, un árbol vibrante brotó con las flores más hermosas que había visto. Este árbol era un símbolo de agradecer lo que ya tenía, un lugar donde pasaba tiempo feliz con sus seres queridos. Sus compañeros regresaron, y juntos jugaron bajo la sombra de aquel majestuoso árbol.
La niña disfrutaba en el jardín, aprendiendo y jugando, sintiéndose más agradecida día a día. Comprendió que, cada deseo que pedía necesitaba ser cuidado. Ser responsable de lo que uno quiere es esencial, pues los deseos traen consecuencias que a veces se escapan de nuestras manos.
Cada día después de eso, Clara volvía al jardín, y mientras conversaba con el hada, compartía sus experiencias y se volvió más sabia. Hacía deseos que beneficiaban a todos, pequeños actos de bondad que hacían sonreír a las personas. Cada rayo de sol brillaba en su corazón y un eco de alegría resonaba en el aire.
Finalmente, Clara aprendió que el verdadero poder no estaba en los deseos, sino en la apreciación, en las amistades y en compartir su amor. Así, el Jardín de los Sueños se convirtió no solo en un lugar mágico, sino en un refugio donde Clara cultivaba agradecimiento y felicidad. Y, como en todo buen cuento, vivió feliz, siempre recordando la belleza de los sueños sinceros.